En términos de política, Trump parece una versión 2.0 de sí mismo: más decidido, con menos contrapesos, respaldado por el resultado electoral, una mayoría en el Congreso y un gabinete alineado con la corriente MAGA (Make America Great Again). Adicionalmente, el contexto es diferente. La sociedad estadounidense está más polarizada y hay un consenso creciente sobre la necesidad de una política industrial que recupere la manufactura perdida. En este entorno, el mandato de Trump promete ser una montaña rusa para México y el mundo.
MIGRACIÓN Y SEGURIDAD: IMPACTO DIRECTO EN MÉXICO
Por lo pronto, su discurso inaugural no dejó duda de sus prioridades, de las cuales, migración y seguridad, tienen que ver con México. El presidente declaró una emergencia nacional en la frontera sur, así como la reinstalación del programa “Quédate en México”. Estas medidas tienen implicaciones profundas y preocupantes. Bajo la emergencia, se autoriza el despliegue de tropas en la frontera y se endurecen las políticas migratorias: detención y deportación aceleradas, suspensión de derechos como el asilo y una creciente presión para que México controle el flujo migratorio en su propia frontera sur.
Para México, esto significa no solo un desafío humanitario –con albergues saturados y servicios básicos al límite en ciudades fronterizas–, sino también un golpe diplomático. Además, la militarización de la frontera podría ralentizar el comercio transfronterizo, impactando cadenas de suministro y exportaciones vitales. En términos prácticos, México queda en una posición incómoda: obligado a cooperar mientras enfrenta posibles amenazas comerciales si no lo hace.
Otro punto crítico es la designación de los cárteles como organizaciones terroristas. Esta medida, aunque enfocada en combatir el crimen organizado, podría justificar operativos unilaterales de Estados Unidos en territorio mexicano, algo que históricamente ha sido una línea roja para la soberanía.
Además, las implicaciones económicas son graves: los sistemas financieros enfrentarán más escrutinio, aumentando costos operativos, y existe el riesgo de que los bancos internacionales limiten sus operaciones con México. Esto, combinado con un posible aumento en la percepción de riesgo país, podría disuadir la inversión extranjera directa y afectar sectores clave como el turismo.
En el ámbito económico, Trump ha declarado una emergencia energética nacional para revitalizar los combustibles fósiles. Esto significa apostar nuevamente por el petróleo y el gas, relegando a las energías renovables. Mientras que esta estrategia busca reducir costos y estimular la producción doméstica, el retroceso en la transición energética tendrá consecuencias ambientales y competitivas. Países como China y la Unión Europea lideran el mercado de tecnologías limpias, y esta decisión podría dejar a Estados Unidos (y a sus socios comerciales, incluido México) rezagados.
ECONOMÍA: ENTRE ENERGÍA Y PROTECCIONISMO
El foco también está en la industria automotriz. Trump eliminó los mandatos de vehículos eléctricos y optó por promover la «libertad de elección del consumidor». En el corto plazo, esto beneficiará a los fabricantes tradicionales, pero a largo plazo podría traducirse en una pérdida de competitividad frente a mercados que apuestan por la electrificación. Para México, que depende de la exportación de vehículos y autopartes a Estados Unidos, esta medida genera incertidumbre sobre cómo evolucionará la integración de la industria regional.
Finalmente, Trump anunció la creación de una oficina para recaudar aranceles, anticipando una política comercial proteccionista. Aunque no hubo anuncios oficiales, la amenaza de un arancel del 25% a productos mexicanos y canadienses está sobre la mesa. Esto no solo afectaría sectores clave como la industria automotriz o agroalimentaria, también pondría a prueba la relación trilateral bajo el TMEC.
¿Y AHORA QUÉ?
No cabe duda de que los próximos cuatro años con Trump al frente serán difíciles para el mundo. Sin embargo, la coyuntura internacional en el mediano plazo pudiera favorecer a México. El gobierno americano terminará repensando su estrategia al darse cuenta de que su propia competitividad depende de su relación tanto con Canadá como con México frente a la amenaza de China.
En este contexto, nuestro país debe posicionarse como un aliado estratégico de Estados Unidos. Esto pasa por reforzar nuestra competitividad: invertir en infraestructura, diversificar nuestra economía y avanzar hacia un estado de derecho sólido que atraiga inversión extranjera. Es momento de apostar por una estrategia basada en hechos y no en ideología.
Existe el riesgo de que los bancos internacionales limiten sus operaciones con México. Esto, combinado con un posible aumento en la percepción de riesgo país, podría disuadir la inversión extranjera directa y afectar sectores clave como el turismo.