Como cada abril, el Fondo Monetario Internacional (FMI) celebró sus Reuniones de Primavera en Washington D.C., a las que acuden ministros de finanzas, banqueros centrales y funcionarios de las principales instituciones multilaterales para tomarle el pulso a la economía mundial.
El informe estrella es la actualización de la Perspectiva Económica Global, que esta vez llegó con un mensaje más urgente y un tono menos diplomático: el mundo está entrando en una nueva etapa, incierta y estructuralmente distinta. La economía global ha dejado de obedecer a patrones conocidos, y las reglas del juego están siendo reescritas, no siempre de forma coordinada ni equitativa.
El FMI lo dejó claro desde el título de su reporte: “Un momento crítico en medio de cambios en las políticas”. Se trata de un diagnóstico: las decisiones que se tomen hoy pueden marcar la diferencia entre cooperación y conflicto, entre resiliencia y fragmentación. Es decir,
estamos frente a una bifurcación histórica, y pretender que se puede seguir como si nada es, cuando menos, ingenuo.
Además de los estimados de las principales variables macro, dos temas estructurales dominaron esta edición del informe: el envejecimiento poblacional y las políticas migratorias. Ambos reflejan las grandes transiciones del siglo XXI. La paradoja no puede ser más clara: mientras los países envejecen y enfrentan desafíos fiscales por falta de población activa, se cierran a la migración que podría ser parte de la solución.
El dilema no es técnico, es político, cultural y económico.
Vayamos ahora a los datos. El FMI había revisado al alza su previsión de
crecimiento global para 2025 en enero, ubicándola en 3.3%. Apenas tres meses después, la cifra se ajusta a la baja hasta 2.8%. ¿La razón? Estados Unidos decidió imponer una nueva ronda de aranceles generalizados que ya están teniendo efectos disruptivos. No se trata solo de proteccionismo. Estamos hablando de barreras comerciales a niveles no vistos en un siglo, que han desatado caídas históricas en los mercados financieros, encarecido insumos globales y frenado la inversión.
En este nuevo contexto,
el comercio internacional, ese motor que durante décadas impulsó a las economías emergentes, apenas crecerá 1.7% en 2025. Es una caída de 1.5 puntos porcentuales respecto a lo estimado en enero. Para quienes dependen de exportaciones, esto es como quitarle el motor a un avión en pleno vuelo.
Estados Unidos, el gran protagonista de esta película,
también verá una desaceleración en su crecimiento: de 2.7% a 1.8% para 2025. Cuando el centro económico del mundo pierde fuerza, sus vecinos inmediatos también sufren. Canadá ve su pronóstico reducido de 2% a 1.4 %, mientras que
México pasa de expectativas moderadas a una contracción del 0.3%. China, por su parte, ajusta su crecimiento esperado a 4 %, medio punto por debajo de lo previsto.
Los riesgos para este escenario no son menores. Más barreras comerciales pueden fracturar las cadenas globales de valor, frenar la inversión extranjera directa y llevar a una reasignación ineficiente de la producción. La inflación, lejos de estar bajo control, podría volverse persistente, especialmente en sectores sensibles como alimentos y minerales críticos. La posible apreciación del dólar añadiría presión a los países importadores, mientras que nuevas alzas en las tasas de interés complicarían la sostenibilidad fiscal y aumentarían la vulnerabilidad financiera de las economías emergentes.
Es un cóctel perfecto para la volatilidad.
Esto no se limita a cifras.
El cambio de escenario económico podría intensificar la polarización política, avivar el malestar social y debilitar aún más la ya frágil cooperación internacional. La reducción en ayudas climáticas y financieras, así como el endurecimiento migratorio, amenaza con empeorar las condiciones de vida en los países más vulnerables.
Ahora bien, no todo está perdido.
El FMI también abre espacio al optimismo, si se aprovecha el momento. Los cambios en el sistema comercial podrían impulsar nuevos acuerdos plurilaterales que fortalezcan reglas y mercados.
El fin de conflictos armados, como la guerra en Ucrania, podría restaurar la confianza y reducir el precio de los commodities. La inteligencia artificial —si se acompaña de reformas laborales adecuadas— tiene el potencial de elevar la productividad sin destruir empleo. De hecho, si se acelera la transición hacia energías limpias, este efecto podría multiplicarse.
El mensaje central del FMI es ineludible: el mundo está cambiando. Las inercias ya no alcanzan. Las decisiones que hoy se tomen, aunque parezcan tácticas, serán estratégicas en retrospectiva. La clave estará en cómo responder a los desafíos actuales: envejecimiento, migración, fragmentación comercial, transformación tecnológica y transición energética.
Este es, efectivamente, un momento crítico. También es una oportunidad.
La pregunta que queda sobre la mesa no es qué tan compleja es la coyuntura, sino qué tipo de economía queremos que emerja de ella.