Hu, un empleado de una empresa estatal de 45 años, y su familia comenzaron a empacar de inmediato, con el objetivo de dejar su apartamento en la ciudad de Chengdu por una residencia más grande en los suburbios para sobrellevar lo que venga. “Esa casa de campo sería más espaciosa donde mi familia y yo podamos hacer algunas actividades al aire libre en el jardín durante el encierro”, dijo Hu, quien pidió ser identificado por su apellido por temor a hablar.
En otras partes de la ciudad, conocida por su santuario de pandas, los estantes de los supermercados se vaciaron mientras los automovilistas ansiosos llenaban las calles tratando de llegar a casa. Al igual que en Shanghai, el gobierno local no dio información sobre cuándo se levantaría el bloqueo, solo que habría al menos tres días de pruebas masivas entre el 1 y el 4 de septiembre.
GIRO DRÁSTICO
Ese pánico subraya cómo la vida en las megaciudades de China, de las cuales hay 17 con poblaciones de 10 millones de personas o más, ha dado un giro drástico este año con la llegada de variantes más transmisibles. Si bien las infecciones son mucho más bajas que en muchos otros países, los funcionarios siguen un libro de jugadas de bloqueos tempranos y estrictos para cortar las cadenas de transmisión.
A pesar de los crecientes costos económicos, el presidente Xi Jinping ha redoblado su enfoque y ha dicho que las vidas salvadas por su política Covid Cero valen la interrupción. Existe una presión adicional para controlar los estallidos en el período previo al congreso del Partido Comunista Chino a finales de este año, cuando se espera que Xi asegure un tercer mandato como líder que rompa precedentes.
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