La autora escribe que las empresas corruptas controladas por el Estado totalitario hacen negocios con sus homólogas en territorios similares. La policía de un país puede armar, equipar y entrenar a la de otro. Los propagandistas comparten recursos y temas, difundiendo los mismos mensajes sobre la debilidad de la democracia.
Añade que ningún país lidera este bloque, se ve más bien como una aglomeración de empresas cuyos vínculos no están cimentados en ideales, sino en acuerdos diseñados para paliar los boicots económicos occidentales o para que algunos se enriquezcan personalmente, razón por la cual pueden operar más allá de las fronteras geográficas e históricas.
En este libro, Applebaum asume el reto de contextualizar el mundo de las nuevas dictaduras, así como el de sus principales opositores para revelar cómo han evolucionado estos sistemas de gobierno y cómo han tratado de moldear la economía y la política de las antiguas democracias. Dice que todos tenemos en la cabeza una imagen de caricatura de un estado autocrático, sin embargo, en el Siglo XXI esta imagen tiene poco que ver con la realidad.
“Hoy en día, las autocracias no están gobernadas por un único hombre malo, sino por las sofisticados redes que cuentan con estructuras financieras cleptocraticas y expertos tecnológicos que proporcionan vigilancia, propaganda y desinformación. Eso no significa que haya cuarto secreto en el que se reúnen los malos como en una película de James Bond, ni que nuestro conflicto con ellos sea una lucha binaria sin escala de grises, una guerra fría 2.0. Entre los autócratas modernos hay quienes se definen como comunistas, monárquicos, nacionalistas y tecnócratas”, escribe la autora.
Agrega que los regímenes de las autocracias tienen raíces históricas, objetivos y estéticas distintos. “El comunismo chino y el nacionalismo ruso no sólo difieren entre sí, sino también del socialismo bolivariano de Venezuela, la ideología de Corea del Norte o el radicalismo de la República Islámica de Irán. Todos ellos difieren de las monarquías árabes y otras, que por lo general no buscan socavar el mundo democrático. También difieren de las autocracias más moderadas y de las híbridas, denominadas en ocasiones democracias liberales como Turquía, Singapur, India, Filipinas y Hungría que a veces se alinean con el mundo democrático y otras no”.
Así, la lista de Applebaum se hace larga y en todos los casos que menciona hay un componente: el del negocio, de ahí que afirme que Autocracia S.A. no solo ofrece a sus miembros dinero y seguridad, sino también algo un poco menos tangible: impunidad.
“La convicción común entre los autócratas más fervientes de que el resto del mundo no puede tocarlos es relativamente reciente. Tiempo atrás los dirigentes de la Unión Soviética, la autocracia más poderosa de la segunda mitad del Siglo XX, daba mucha importancia a cómo los veía el resto del mundo; defendían enérgicamente la superioridad de su sistema político y protestaban cuando lo criticaban. Hoy, los miembros de Autocracia S. A. ya no les importa que los critiquen a ellos o a sus países, ni quien lo haga”.
Añade que algunos, como los dirigentes de Myanmar y Zimbabwe no abogan por nada que no sea el enriquecimiento personal y el afán de conservar el poder, por lo que es imposible avergonzarlos. La autocracia ha cambiado y este libro la presenta como Autocracia S.A.