La competencia entre China y Estados Unidos (EE. UU.) por la supremacía global definirá la geopolítica del siglo XXI. Ciertamente esta rivalidad difícilmente se va a detener sin que implique un importante cambio en el equilibrio de poder. En su libro “Age of Revolutions” su autor, Fareed Zakaria, explica que el fenómeno de una potencia en ascenso que amenaza con desplazar a la potencia hegemónica desemboca, en última instancia, en guerra entre ambos países. Este hecho es una historia conocida que se denomina la
Trampa de Tucídides, expresión acuñada por el politólogo estadounidense Graham Allison.
En su artículo “The Thucydides Trap”(1) publicado en la revista The Atlantic en 2015 Allison documenta, para un periodo de cinco siglos, 16 casos diferentes en los cuales la potencia en ascenso desafía a la potencia hegemónica. Del total de los 16 casos estudiados, 12 terminaron en guerra. La pregunta relevante que se planteó en 2015 y que se siguen preguntando politólogos, historiadores y analistas es si China y EE. UU. podrán escapar de la trampa de Tucídides en medio de este orden mundial tan disruptivo y convulsionado.
Los politólogos Michael Colaresi, Karen Rasler y William Thompson documentaron 27 rivalidades entre grandes potencias desde 1816. En promedio, estas rivalidades duraron más de 50 años y terminaron en cualquiera de las siguientes tres maneras: 19 de ellas en guerra; en otras 6 ambas potencias decidieron aliarse para enfrentar un enemigo común; y las otras dos rivalidades culminaron en una guerra fría: EE. UU. y la Unión Soviética. Sin duda este tenso enfrentamiento ha sido el mejor resultado posible, porque evitó una guerra a gran escala como lo fueron la primera y segunda guerra mundial.
La rivalidad entre China y EE. UU. es sistémica, y es todavía más compleja y volátil que en la guerra fría debido a que sus economías y tecnologías son interdependientes. Por ello, la confrontación no se puede dar, hasta ahora, con una separación total.
Además, la relación entre EE. UU. y China ha entrado en una fase de desconfianza estratégica: mientras EE. UU. interpreta la asertividad china como revisionista y expansionista, China interpreta la contención estadounidense como una obstrucción neo-imperialista.
Pero ¿cuáles son las principales áreas que generan tensiones entre los dos países? Entre las más importantes a destacar están la rivalidad estratégica por la hegemonía global; el poderío militar y seguridad regional; la competencia económica y tecnológica; y la geopolítica y el orden internacional.
ÁMBITOS DE LA CONFRONTACIÓN ENTRE EU Y CHINA
Centrarse en la dinámica del conflicto permite ver más de cerca qué elementos intensifican la confrontación entre EE. UU. y China, y cómo se manifiesta en diferentes ámbitos. Veamos brevemente.
1 Rivalidad estratégica por la hegemonía global. La naturaleza del conflicto es de índole estructural y de largo plazo, dado que el ascenso de China desafía la posición de potencia global dominante de EE. UU. desde 1945. En esta competencia por la supremacía global EE. UU. busca mantener la primacía global, y China busca la hegemonía regional y un orden multipolar.
Mientras que EE. UU. considera a China su principal competidor estratégico, reflejándose en las estrategias de defensa y seguridad nacional de EE. UU.; por otra parte, China ve los esfuerzos de contención de EE. UU. —con alianzas y sanciones— como evidencia de que EE. UU. busca impedir que ocupe el lugar que le corresponde en el liderazgo global. Ambos países perciben al poder y prestigio como una relación de suma cero.
2 Poderío militar y seguridad regional. Existen importantes tensiones militares entre ambos países, por lo que el riesgo de escalada es alto, particularmente en los temas de Taiwán y el Mar de China Meridional. En ese ámbito, Taiwán es el asunto más volátil porque EE. UU. ha estado armando a Taiwán en el transcurso de los años y se ha comprometido a ayudarlos a defenderse. A su vez, China ha aumentado los ejercicios militares, las incursiones aéreas y los patrullajes navales cerca de la isla. Es evidente que cualquier error de cálculo podría desencadenar un enfrentamiento militar directo entre ambas naciones.
Otro tema trascendente es el relativo al Mar de China Meridional ya que China ha estado militarizando islas artificiales, reivindicando amplias pretensiones territoriales. Por ello, EE. UU. ha llevado a cabo operaciones de libertad de navegación (FONOP) (2) para desafiar dichas pretensiones. Los encuentros cercanos entre las fuerzas estadounidenses y chinas son cada vez más frecuentes.
En la actualidad ambas partes han emprendido una modernización militar agresiva, invirtiendo fuertemente en la guerra con inteligencia artificial, misiles hipersónicos, expansión naval, lo que alimenta una carrera armamentista en el Indo-Pacífico.
3 Desacoplamiento económico y tecnológico. La naturaleza del conflicto se debe a que la interdependencia económica y tecnológica se han convertido en vulnerabilidad estratégica. En este ámbito, EE. UU. considera que el control de China de tecnologías críticas como 5G, IA, energía solar y tierras raras representa una amenaza para su seguridad nacional. Asimismo, empresas chinas como Huawei, TikTok y ZTE son objeto de sanciones o investigaciones estadounidenses, arguyendo motivos de privacidad de datos y espionaje. Además, ambos países se acusan mutuamente de ciberataques, hackeos y robo de propiedad intelectual.
En respuesta a lo anterior, EE. UU. ha impuesto prohibiciones a la exportación de semiconductores avanzados y equipos para la fabricación de chips, restricciones a la inversión de empresas tecnológicas chinas, presión a sus aliados como Japón y Corea del Sur para que limiten las exportaciones de tecnología a China, e imposición de tarifas a niveles muy elevados a las exportaciones chinas.
A su vez, China ha respondido mediante políticas como la estrategia de “doble circulación”(3) cuyo objetivo es construir una economía más autosuficiente, impulsando la demanda interna y reduciendo la dependencia de los mercados externos. Hace diez años China inició un ambicioso plan conocido como Made in China 2025, para liderar las industrias del futuro. El plan identificó diez sectores para la inversión, entre ellos, energía, semiconductores, automatización industrial y materiales de alta tecnología.
La meta principal era transformar a China en un líder tecnológico y convertir a las empresas líderes nacionales chinas en empresas globales. Esta política estratégica ha dado como resultado un proceso de desacoplamiento económico y tecnológico, así como la fragmentación de las cadenas de suministro globales, transformando el comercio en un arma de competencia estratégica.
4 Geopolítica y el orden internacional. La naturaleza del conflicto también es geoestratégica. Evidentemente EE. UU. no escatima esfuerzos por contener el ascenso de China, fortaleciendo alianzas y asociaciones de seguridad como AUKUS con EE. UU., Reino Unido y Australia; el Diálogo Cuadrilateral de Seguridad (Quad) formado por EE. UU., Japón, India y Australia; y profundización de relaciones con Filipinas, Vietnam y Corea del Sur.
Por su parte, China responde con sus propias redes globales como la Iniciativa de la Franja y la Ruta lanzada en 2013 —ambicioso proyecto global de cooperación internacional bajo el liderazgo de China— que promueve la inversión en infraestructura en Asia, África y América Latina. Asimismo, China ha ampliado la influencia en los BRICS, la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) y el Sur Global.
Una de las áreas de conflicto ha sido la competencia por influencia en organizaciones internacionales como en la ONU, la OMC y la OMS, para reconfigurar las normas. El resultado de esta rivalidad es un orden internacional cada vez más fragmentado, denominándolo ya algunos analistas como una nueva guerra fría, aunque a diferencia de la rivalidad soviética y estadounidense, ésta está profundamente interrelacionada económicamente.
CONCLUSIÓN
La confrontación entre EE. UU. y China se ha convertido en la rivalidad estratégica definitoria del siglo XXI. Ésta trasciende las disputas comerciales y las diferencias ideológicas, reflejando más bien una profunda transición estructural de poder en el orden global. Diversos analistas y académicos vislumbran tres posibles trayectorias que definen las relaciones entre EE. UU. y China:
1 Rivalidad estratégica administrada. En este esquema ambas potencias aceptan una competencia con cooperación limitada en ámbitos considerados estratégicos para cada una. Asimismo, ambas establecen medidas y acciones preventivas para evitar una escalada, y se limitan a una participación y compromisos selectivos en áreas como cambio climático, IA y/o seguridad sanitaria. Este escenario ya se viene presentando en algunos de sus elementos a partir del segundo mandato de Trump.
2 Confrontación al estilo de la guerra fría. En esta trayectoria surgen sistemas económicos y tecnológicos paralelos. Asimismo, se da una competencia industrial y tecnológica que se traslada sin problema alguno al terreno militar. Ambas naciones buscan evitar la guerra, pero se preparan para ella. El control de las tecnologías avanzadas es un campo de batalla estratégico.
Continúan las sanciones y represalias comerciales persistentes a pesar del desacoplamiento de estas dos economías, se intensifican las guerras de propaganda para ganar influencia mundial sobre las normas globales y se evidencia una polarización ideológica. Es muy probable que esta trayectoria sea la más factible y que apunte hacia una bipolaridad arraigada.
3 Escalada hacia un conflicto abierto. Este escenario parece de baja probabilidad, aunque recientemente han aumentado las tensiones entre ambos países. El detonante sería una crisis en Taiwán o en el Mar de China Meridional, un ciberataque o un incidente militar regional. Existe el riesgo de la confrontación directa, de una guerra económica y desestabilización regional con el potencial de riesgo nuclear.
La interdependencia económica y tecnológica con desconfianza ocasiona una vulnerabilidad estratégica para ambas potencias, a pesar del proceso de desacoplamiento económico y tecnológico. Mientras EE. UU. busca preservar su liderazgo posterior a la Segunda Guerra Mundial, China intenta reconfigurar un sistema multipolar que refleje su creciente poder e influencia. El riesgo de un conflicto accidental es elevado debido a los mecanismos de comunicación de crisis limitados entre ambos países. Por ello, la pregunta sigue siendo: ¿Podrán escapar China y EE. UU. de la trampa de Tucídides?
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La política estratégica Made in China 2025 ha dado como resultado un proceso de desacoplamiento económico y tecnológico, así como la fragmentación de las cadenas de suministro globales, transformando el comercio en un arma de competencia estratégica.
En un estudio de 2015, el politólogo estadounidense Graham Allison documenta, para un periodo de cinco siglos, 16 casos diferentes en los cuales la potencia en ascenso desafía a la potencia hegemónica. Del total de los 16 casos estudiados, 12 terminaron en guerra.