Para responder a la pregunta de si México puede lograr el equilibrio es importante atender cuatro puntos: demanda, oferta, eficiencia y tiempo con los elementos que en estos convergen para aprovechar la oportunidad que representa un nuevo modelo de desarrollo.
DEMANDA ENERGÉTICA: MÁS PRESIÓN ESTRUCTURAL QUE COYUNTURAL
México entró a la década con una tendencia al alza en todas sus curvas de demanda: electricidad, combustibles fósiles, gas natural, petroquímicos y logística energética. Tres vectores explican este comportamiento:
1 Crecimiento demográfico y urbano. Cada año se incorporan cerca de 1.5 millones de nuevos usuarios a redes eléctricas, transporte y servicios. La electrificación del transporte aún es incipiente, pero su impacto futuro es inevitable.
2 Nearshoring y manufactura. El país suma inversiones por arriba de los 40 mil millones de dólares anuales, gran parte en sectores intensivos en energía (automotriz, semiconductores, almacenamiento, logística). Las empresas buscan energía barata, estable y lo más limpia posible.
3 Digitalización y servicios. Centros de datos, cadenas de frío, plataformas de transporte y comercio electrónico han elevado la demanda base, especialmente en corredores metropolitanos.
La demanda eléctrica crecerá entre 2.5 y 4 % anual hacia 2030, dependiendo de la profundidad del nearshoring. La demanda de gas natural, pese a los riesgos geopolíticos, se mantendrá como columna vertebral industrial. Los combustibles líquidos seguirán siendo relevantes al menos dos décadas más, especialmente para transporte pesado y logística.
OFERTA ENERGÉTICA: LIMITADA, FRAGMENTADA Y CON REZAGOS DE INVERSIÓN
Del lado de la oferta, persisten tres restricciones:
Capacidad insuficiente. La generación eléctrica crece más lento que la demanda. El sistema enfrenta saturaciones en transmisión, márgenes de reserva reducidos y necesidad urgente de modernización en varios nodos críticos. En hidrocarburos, la producción nacional cubre apenas ~70 % de las necesidades de gasolinas y diésel, lo que mantiene la dependencia de importaciones.
Bajo ritmo de inversión. La inversión pública enfrenta restricciones presupuestales y la privada opera con menor certidumbre regulatoria. Sin nuevos ciclos de inversión, el país se arriesga a un déficit estructural que impacta costos, competitividad y resiliencia.
Desalineación tecnológica. La planeación energética parte de modelos tradicionales, mientras la matriz se desplaza hacia sistemas híbridos: generación distribuida, almacenamiento, movilidad eléctrica, hidrógeno y digitalización operativa. La falta de sincronía ralentiza la adopción.
PUNTO DE FRICCIÓN: LA EFICIENCIA COMO ESTRATEGIA ECONÓMICA
En este escenario, la eficiencia energética deja de ser un tema ambiental y se convierte en un activo macroeconómico. La eficiencia —entendida como reducir costos, optimizar infraestructura, alargar la vida útil de activos y disminuir pérdidas— puede brindar tres beneficios inmediatos:
Competitividad. Un kilowatt-hora mejor utilizado genera retornos superiores a un kilowatt-hora adicional producido. Para la industria, la eficiencia es sinónimo de ahorro operativo: motores de alta eficiencia, iluminación industrial, variadores de frecuencia, automatización de procesos y mejores prácticas térmicas.
Menor presión fiscal. Cada punto porcentual de ahorro energético reduce la necesidad de subsidios, importaciones y gasto público en infraestructura correctiva.
Reducción de emisiones. La eficiencia es la medida de mitigación más rápida y de menor costo. Permite cumplir con compromisos climáticos sin sacrificar crecimiento.
PROSPECTIVA: EL CAMINO HACIA UN MODELO EFICIENTE Y RESILIENTE
Para transitar a un nuevo equilibrio demanda–oferta, México requiere acciones en tres horizontes: inmediato, intermedio y estratégico.
Horizonte inmediato (2025–2027): estabilización y certeza
– Actualizar la planeación energética con escenarios realistas de capacidad, demanda y costos.
– Hacer más predecible el marco regulatorio: trámites digitales, ventanilla única e integración CNE-SENER-SAT.
– Impulsar la eficiencia en sectores con alto consumo: manufactura, transporte y edificaciones.
– Introducir estándares mínimos de desempeño energético.
Horizonte intermedio (2027–2030): expansión acelerada
– Modernizar y ampliar líneas de transmisión críticas para habilitar nueva generación.
– Incentivar inversión en almacenamiento energético y sistemas híbridos.
– Consolidar corredores industriales con energía competitiva y confiable.
– Diversificar la oferta: solar distribuida, industria del gas, cogeneración eficiente y movilidad eléctrica.
Horizonte estratégico (2030–2040): transición ordenada
– Integrar el hidrógeno verde y los combustibles sintéticos en sectores difíciles de descarbonizar.
– Construir un mercado energético más flexible con participación de múltiples actores.
– Digitalizar por completo la cadena energética para lograr trazabilidad, monitoreo en tiempo real y eficiencia granular.

EFICIENCIA COMO POLÍTICA DE ESTADO
México no puede darse el lujo de plantear la energía solo como un recurso, debe abordarla como un factor de competitividad nacional. La eficiencia es la pieza que permite conectar demanda creciente con una oferta limitada, sin comprometer finanzas públicas ni competitividad industrial.
El país está ante una ventana de oportunidad. La eficiencia energética —bien regulada, bien financiada y estratégicamente distribuida— puede convertirse en la política pública más relevante de la próxima década.
No es únicamente una respuesta técnica: es un nuevo modelo de desarrollo.